Los límites no son fáciles de manejar y están directamente relacionados con nuestros deseos, expectativas y con las relaciones entre padres e hijos, amigos y familiares. Podríamos hablar también de los límites para con uno mismo y en la pareja, hasta donde ceder y cuando decir “no”. Cuando una pareja se forma necesita alcanzar acuerdos sobre diferentes cuestiones: tiempos individuales y compartidos, ocio y deberes, trabajo y tareas domésticas, salidas con amigos; y por supuesto, el tipo de relación que quieren tener entre ellos. Sin embargo, estos temas no se suelen hablar de manera explícita. A veces, la pareja funciona bien, pero otras, por desgracia, no es posible y los conflictos que surgen en la convivencia y rutina diaria empiezan a enturbiar el vínculo afectivo.
Como verán el tema de los límites es muy amplio e interesante. Pero hoy, me voy a focalizar en un aspecto particular de los límites sobre el que me consultan a menudo padres de niños y adolescentes: “¿Es necesario que le ponga límites a mí hijo?”
La experiencia familiar de los progenitores actuales ha influido de forma notable, ya que hace 25 años, adultos formados con una educación familiar estrictita y rígida, se entrenaron en la tarea de ser padres, convencidos de que había que superar el autoritarismo que habían sufrido. Eso empujó a muchos de ellos a dejar hacer, a no llevar la contraria al hijo para que no sufriera problemas psicológicos, a no usar castigos como método de aprendizaje, a satisfacer caprichos, a proteger a los hijos e incluso en algunos casos, a desprestigiar o desautorizar a otros educadores y maestros.
Ahora bien, tanto la permisidad total como la sobreprotección pueden generar consecuencias muy negativas en el desarrollo emocional de un niño. Tampoco es conveniente aplicar el autoritarismo….
Los niños deben ser guiados por los adultos para que aprendan a realizar lo que desean de la manera más adecuada. Es fundamental establecer reglas para fortalecer conductas y lograr su crecimiento personal; pero los límites deben basarse en las necesidades de cada niño. Hay que tener muy presente que lo que se limita es la conducta, no los sentimientos que la acompañan. A un niño se le puede pedir que no haga alguna cosa, pero nunca se le puede solicitar que no sienta algo o impedirle una emoción o sentimiento. Los límites deben fijarse de manera que no afecten el respeto y la autoestima del niño. Es decir, se trata de poner límites sin que el chico se sienta humillado, ridiculizado o ignorado.
Como verán el tema de los límites es muy amplio e interesante. Pero hoy, me voy a focalizar en un aspecto particular de los límites sobre el que me consultan a menudo padres de niños y adolescentes: “¿Es necesario que le ponga límites a mí hijo?”
La experiencia familiar de los progenitores actuales ha influido de forma notable, ya que hace 25 años, adultos formados con una educación familiar estrictita y rígida, se entrenaron en la tarea de ser padres, convencidos de que había que superar el autoritarismo que habían sufrido. Eso empujó a muchos de ellos a dejar hacer, a no llevar la contraria al hijo para que no sufriera problemas psicológicos, a no usar castigos como método de aprendizaje, a satisfacer caprichos, a proteger a los hijos e incluso en algunos casos, a desprestigiar o desautorizar a otros educadores y maestros.
Ahora bien, tanto la permisidad total como la sobreprotección pueden generar consecuencias muy negativas en el desarrollo emocional de un niño. Tampoco es conveniente aplicar el autoritarismo….
Los niños deben ser guiados por los adultos para que aprendan a realizar lo que desean de la manera más adecuada. Es fundamental establecer reglas para fortalecer conductas y lograr su crecimiento personal; pero los límites deben basarse en las necesidades de cada niño. Hay que tener muy presente que lo que se limita es la conducta, no los sentimientos que la acompañan. A un niño se le puede pedir que no haga alguna cosa, pero nunca se le puede solicitar que no sienta algo o impedirle una emoción o sentimiento. Los límites deben fijarse de manera que no afecten el respeto y la autoestima del niño. Es decir, se trata de poner límites sin que el chico se sienta humillado, ridiculizado o ignorado.
Muchos padres utilizan como método de castigo los sermones, que son poco efectivos y alteran a las personas. Tampoco es conveniente calificar o juzgar al niño, simplemente hay que señalarle el problema; mostrándose firmes pero tranquilos. Un gesto de firmeza y serenidad, acompañado de pocas palabras será más efectivo que un discurso. Hay que tener en cuenta que los niños y adolescentes responden a los hechos, no a las palabras. Por eso, para que un límite tenga sentido en el proceso de aprendizaje, debe tener una base de coherencia. La misma es trasmitida por los padres a diario con sus conductas, ideas y sentimientos.
Por otro lado, es normal que los adolescentes desafíen a los padres porque están probando hasta donde se puede llegar, para tener mayor claridad de la estructura de esos límites. Los padres de adolescentes deben volver a aprender a criarlos y protegerlos, brindándoles amor y poniéndoles límites, pero sabiendo que ellos pelearan duramente para no aceptarlos. El adolescente quiere y necesita esas reglas, pero también las pelea. Y está bien que así sea, porque esto ayuda a configurar su autonomía. Al poner un límite justo, los padres ejercen una función de cuidado, amparo y protección.
Los límites tienen que ser un medio, no un fin. Cuando ellos existen, uno puede actuar y elegir. Debemos darles límites a los adolescentes, con el deseo de que crezcan libres, capaces de elegir y de disfrutar de la vida.
Es evidente, que los límites juegan un papel primordial en la educación de nuestros hijos. Pero hay que aprender a utilizarlos sabiamente para evitar que se conviertan en una herramienta represiva y sin sentido.
Por otro lado, es normal que los adolescentes desafíen a los padres porque están probando hasta donde se puede llegar, para tener mayor claridad de la estructura de esos límites. Los padres de adolescentes deben volver a aprender a criarlos y protegerlos, brindándoles amor y poniéndoles límites, pero sabiendo que ellos pelearan duramente para no aceptarlos. El adolescente quiere y necesita esas reglas, pero también las pelea. Y está bien que así sea, porque esto ayuda a configurar su autonomía. Al poner un límite justo, los padres ejercen una función de cuidado, amparo y protección.
Los límites tienen que ser un medio, no un fin. Cuando ellos existen, uno puede actuar y elegir. Debemos darles límites a los adolescentes, con el deseo de que crezcan libres, capaces de elegir y de disfrutar de la vida.
Es evidente, que los límites juegan un papel primordial en la educación de nuestros hijos. Pero hay que aprender a utilizarlos sabiamente para evitar que se conviertan en una herramienta represiva y sin sentido.
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